- Escrito por Xavier Araiza
Entra la loca vestida con elegancia pasada de moda, en su cabeza un sombrero de hombre tipo gágnster. Se le ve desaliñada. Arrastra una grande y maltratada maleta. Lleva un bolso personal, un paraguas nuevo. Como si fuera directora de escena detallista, profesional, inspecciona y ajusta la ubicación del mobiliario y la utilería: un taburete, dos sillas, un pedestal de mediana altura, una mesa pequeña, un espejo de cuerpo entero, cenicero, un muñeco con rasgos de Sigmund Freud, un cofrecito con el tarot de Marsella, bolsa de maquillaje. De la maleta saca un torso de maniquí femenino, herido, manchado de sangre, recién curado con gasas y vendajes. Lo coloca en el pedestal frente al público. Ella se sienta a un lado simétricamente.