Prólogo a Los cadáveres exquisitos.
En realidad no sé por dónde empezar ahora que me siento a escribir sobre la novela Otro tipo de cambio, opera prima del escritor monclovense Refugio Ruiz. No me interesa "reivindicar" un género narrativo que ya está por demás reivindicado, a pesar de lo que muchos piensen al respecto. Si autores como Allan Poe, Collins, Chesterton, Hammett, Highsmith, Borges y Bioy Casares y muchos más han escrito novelas o relatos "negros", es inconsecuente seguir manteniendo la idea de que esta forma de narrar es marginal o insustancial.
Uno de mis autores favoritos en este "género" es -los amigos lo saben- la inefable Patricia Highsmith, texana que abandonó su país natal -muy explicablemente- para irse a correr mundo y terminar por instalarse definitivamente en Europa. ¿Qué me encanta de la Highsmith? Su inteligencia casi varonil, su pragmatismo, su sabiduría para construir máquinas logísticas y su sentido de la patología humana, entre otras cosas. Highsmith es, me parece, una poeta de la negrura. Y esta característica negra produce, justamente (¿justamente?), uno de los calificativos con que se conoce a este tipo de literatura, rama del árbol frondoso que los especialistas llaman, por alguna razón, "literatura gótica". Otras ramas de ese árbol son la ciencia ficción, el relato de horror, las historias fantásticas y más.
Ya conocemos la gran discusión que durante décadas ha suscitado la "novela negra". Se la ha llamado "policiaca", "de suspense", "thriller", "de espionaje", "detectivesca", etcétera. Todos estos calificativos son ambiguos. Ninguno da en el blanco, ninguno da con el cuerpo del delito, porque, una vez instalados ante una obra de cualquier autor de esta índole, las etiquetas se desvanecen al instante. Conan Doyle no se parece a Raymond Chandler; ni siquiera Stieg Larsson guarda similitud con Henning Mankell, ambos suecos. Y para hablar de México, Paco Ignacio Taibo II no sigue muy de cerca los pasos de Rafael Bernal.
La razón obvia es que, aunque la novela negra ostenta sus parámetros y sus reglas, los escritores se han encargado de romperlas e instaurar otras, las suyas propias. Una de las leyes que, después de Poe, se mantiene incólume, es aquella que dicta que toda historia negra debe narrar a partir de un asesinato, o de varios. De este modo, el escritor negro desmiente a Thomas De Quincey: el crimen quizá pueda ser considerado como una de las bellas artes, pero toda obra humana, de arte o no, suele arrastrar su hoyo negro, su talón de Aquiles o su grado de falibilidad. El hecho de que el crimen pueda ser considerado temerariamente "como una de las bellas artes", según el célebre ensayo de De Quincey, no trae consigo la idea de que toda obra de "bello arte" sea perfecta. ¿Cuál lo es?
Lo que subyuga de un buen autor de literatura negra es su capacidad lógica y su pericia en la administración narrativa y dramática de la información. Desde el Edipo rey, de Sófocles, uno admira estas virtudes estéticas e intelectuales; y si, encima o debajo de éstas, respira un poeta, la cosa es más de agradecer. Al margen de la atmósfera social, política o ideológica que suele rezumar una obra negra (en el sentido literario, que no hermético), siempre es agradabilísimo sentir que alguien con sensibilidad poética escribió alguna vez las páginas en que Ripley, por ejemplo, asesina a su compañero de embarcación en A pleno sol, o el abuelo Dupin desarrolla su coda deductiva hacia el final del Doble asesinato en la calle de la Morgue.
Refugio Ruiz nos sorprende con una opera prima -para decirlo en términos cinematográficos- que parece la de un autor entrenado en las mazmorras de la tortura sintáctica. Otro tipo de cambio no se lee como la novela de un escritor novel, sino como la obra de un autor que se ha pasado años frente al teclado y el cuaderno de notas. Cuando Refugio Ruiz me telefoneó para invitarme a la presentación que de esta novela se hizo el año pasado en la Feria del Libro de Monterrey, me dijo, parodiando, acaso sin saberlo, la locura que Cervantes imprimió en el Caballero de la Triste Figura: "De tanto leer me dio por escribir". Emitió la frase sazonándola con una risa intelectual sin pretensiones, casi disculpándose. Comprendí que había sido atacado por el virus de la creación. Sentí piedad por él, pero también alegría. "Bienvenido al club", dije para mí, pero no se lo hice saber. Quise creer que él no sabía... Me engañaba. Refugio es de los que saben que saben. Es oriundo de Tlön, después de todo: de Tlön, Orbis Tertius.
Me envió un ejemplar del libro desde Monclova y, una vez leído, quedé prendado de algunos de sus personajes, sobre todo de Esteban, el protagonista, y de Mariana, su ex-novia. Ambos se enfrentan en esta historia a una endémica telaraña de corrupción, de mentira, de manipulación muy a la mexicana; una telaraña en la que, como ahora más que nunca sabemos, muchos quedan entrampados. Pero Esteban no es detective, ni agente policiaco, ni nada por el estilo; tampoco Mariana. Ellos son como nosotros, ciudadanos comunes y corrientes, con la salvedad de que el primero es sumamente brillante y Mariana, tan hermosa como una modelo profesional pero inteligente.
Sin embargo, la conformación psicológica y anatómica de estos personajes, y de otros, aunque importante, no constituye la columna vertebral de la historia que este libro cuenta. Como en muchas otras novelas de esta naturaleza, aquí se narra no la historia de un crimen sino la oscura estela que ese crimen deja en su entorno. Y resulta que ese entorno es nada menos que Monterrey, ay, sí, esa ciudad que se siente la Nueva York de México. Refugio Ruiz logra que, por un momento, pensemos que Monterrey es algo así como el Chicago de Al Capone o el Londres de Holmes, con los matices necesarios, claro. Evidentemente, no es ése el propósito del escritor, porque Monterrey queda aquí consignado con pelos y señales, es decir, con calles, puentes, edificios, barrios, montañas, mercados y... todo el sabor del norteño regio que, por sí mismo, es ya un autocomplaciente estereotipo. Digo esto generalizando injustamente.
¿Cuál es esa estela criminal que deja el crimen perpetrado contra Adrián, el auditor de una Casa de Cambio? Una que toca a casi todos los estamentos del poder en nuestro país, contagiados ya por la inercia de la corrupción y la impunidad. Pero creo que Otro tipo de cambio puede leerse de muchas maneras -como cualquier otra obra literaria o artística- pero sobre todo de dos: a) como la historia de una pesquisa que Esteban lleva a cabo para esclarecer un crimen y dejar en cueros a un clan delictivo y b) como una alegoría metafísica. Ya, ya. Sé que este inciso b) puede parecer estrafalario a muchos. Trataré de explicarlo.
En los envíos electrónicos que a lo largo de estos meses se han cruzado entre el autor y yo, hay uno, mío, en que digo a Refugio que todas las novelas policiacas o negras me dejan, al final, un vago pero empecinado sentimiento de tristeza, como en su momento ocurrió con Crimen y castigo o Asesinato en el Orient Express, guardando las proporciones. Porque estas, como muchas otras novelas y otros cuentos negros o no tan negros, dejan al descubierto la relojería de la naturaleza humana, y más aún, nos obligan a pensar en lo que los antiguos llamaron "destino". Ya sabemos que cuando hablamos de "destino" desembocaremos, ineluctablemente, en el vértigo de la escatológica imagen de la Divinidad o de una Divinidad, con todos sus agravantes y su cohorte de incertidumbres.
"Toda novela negra es metafísica": creo que fue así como lo escribí para Refugio en ese envío. Y recordé entonces una frase que Borges estampa en su insólita Historia de la eternidad: "La metafísica es una rama de la literatura fantástica". Pero ¿por qué una novela negra tiene que parecerme metafísica? ¿Por qué Otro tipo de cambio se me antoja metafísica? Lo sé para mí, pero dada mi mediocridad como escritor, me llevaría mucho tiempo explicarlo. Quizá pueda exponerlo de otro modo y a la manera zen. A ver si acierto con este endeble hai kú:
Aquí los hombres
y sus arduos trajines;
allá los dioses.
O con este otro:
¿Quién nos contempla
mientras los avatares
nos atraviesan?
O con este tercero y último:
Desde otra esfera,
la vida de los hombres
Alguien constela.
Gracias a sus pesquisas, Esteban logra dar con el asesino de la víctima y, jalando del cordel, con ese espacio clandestino y ubicuo en que se aglutina la perversidad humana. Nosotros, los lectores, apenas atisbamos el rostro múltiple de esa perversidad transferible: se compone de dueños y ejecutivos de casas de cambio, de políticos, de agentes de la policía, de sicarios, de agentes secretos de instituciones internacionales y de otros especimenes de igual ralea. En esta Nave de los Locos, en esta Danza de la Muerte, en esta Corte de los Milagros, en este Gran Teatro del Mundo, en esta Fiebre del Oro, ¿quién es quién?, ¿quién gana y quién pierde?, ¿quién es el perseguido y quién el perseguidor?, ¿quién mira y quién es mirado?, ¿quién es Uno y quién el Otro?
Una novela como Otro tipo de cambio me recuerda, una vez más, que aquí, en nuestro planeta, todos alguna vez hemos pensado que no somos otra cosa que marionetas accionadas por y para divertimento de un Gran Titiritero. O que, más allá de nuestra pedestre capacidad intelectiva, ciertas cosas escapan a nuestro entendimiento, ciertas cosas se fraguan desde la inextricable oscuridad del Demiurgo. Léase aquí Poder político o financiero, o léase textualmente Demiurgo, con todas sus letras. Sé muy bien que echo mano de imágenes gastadísimas, lo que me tiene sin cuidado: no voy a ser yo el hacedor de una imagen tan contundente como estas dos que repito ahora, creadas por seres de suprema inteligencia, que acaso desde los albores de la conciencia humana intuyeron lo indecible.
Escrito esto, me doy cuenta de que más que tristeza, lo que la lectura de una obra negra me produce es melancolía, es decir, bilis negra, atrabilis o acidia, como se decía en la Edad Media. ¿Por qué? La respuesta está aquí, frente a mí: en el fondo, todo relato o novela de suspense es la manifestación de esas fuerzas absolutas -el bien y el mal- que han mantenido una contienda sin tregua desde el principio de los tiempos humanos. ¿Qué razones, qué causas primeras pudieron provocar este torneo sin fin? ¿Y qué sentido tiene?
Estoy seguro de que Refugio Ruiz no tuvo el propósito de escribir un tratado de metafísica o una alegoría neoplatónica. La lectura que he hecho de su novela es mi exclusiva responsabilidad. Sé que el pensamiento lógico de Refugio no admitiría una interpretación como la mía. Pero él, como autor ya público, tendrá también que asumir su propia responsabilidad. Para mí, Otro tipo de cambio, como otras novelas negras, guarda más de una similitud, simbólica, con la novela de uno de mis autores mexicanos más amados: Salvador Elizondo. En El hipogeo secreto, Elizondo inventa lo que, según mi opinión, es el paradigma mexicano de algo que llamaría "novela negra metafísica": un grupo de personajes van en busca del autor que los está escribiendo, para asesinarlo. He aquí toda una álgebra de la alegoría "policiaca"; álgebra en la escuchamos el murmullo de la poesía de Xavier Villaurrutia, de Jorge Cuesta y de Bernardo Ortiz de Montellano. El álgebra del crimen y de la muerte. El álgebra de la ilusión existencial.
En la entrevista que aparece hoy en el periódico "Vanguardia", el autor dice a la gran periodista Sylvia Georgina Estrada: "[Una satisfacción que me dejó la escritura de Otro tipo de cambio es la de] contemplar la obra como una construcción, un edificio mental que, aun estando rodeado por el caos de la realidad que vivimos, representa un espacio de orden y de lógica." [Página "Artes" de la Sección VMÁS. Editor: Humberto Vázquez. Jueves 11 de marzo, 2010].
Estas frases retratan de cuerpo entero a Refugio Ruiz; lo retratan incluso más allá de sus intenciones. Como "edificio mental" califica a su novela, trascendiendo el aspecto lingüístico; y remata su respuesta al decir que ese "edificio mental" es "un espacio de orden y de lógica" instalado "en medio del caos de la realidad". Y es, precisamente, en el centro de ese caos real que todo artista edifica su obra; y la edifica digamos dialéctica, pendularmente: me sustraigo de la realidad real para crear otra realidad, la de la obra artística, pero no puedo sustraerme del todo porque me quedaría en el limbo. Así, en el caso de esta novela, la ausencia de información sobre telefonía celular, urbanismo regio(montano), estrategia bursátil y lo que el mismo Refugio llama en esta entrevista "cultura de las operaciones" haría de Otro tipo de cambio algo muy diferente de lo que es, una estupenda novela de suspense, o "de asombros", como diría nuestro amigo monclovense, el abogado humanista Francisco Javier Ramos Ramírez.
Pero no basta una sólida "cultura de las operaciones" humanas para escribir una novela como ésta. Es necesario ser un buen ingeniero de la narración, y nuestro autor lo es. "Hay algo antiartístico en la realidad", dice Patricia Highsmith, y es verdad, porque el arte da o añade sentido a este mundo. Instalado en medio de esa realidad, particularmente en medio de la actual realidad mexicana, Refugio Ruiz corrige, nuestro contexto social; lo corrige, por lo menos desde la realidad de la ficción, construyendo un edificio mental a partir del lenguaje. Nada pobre resulta el hallazgo, si recordamos que, como decía Oscar Wilde, la realidad suele imitar al arte. Si es así, ya podemos albergar alguna esperanza.
Por cierto, en la entrevista citada, Refugio expresa algo que Jorge Ibargüengoitia dijo hace años en alguno de sus artículos o en alguna entrevista: "Escribo el tipo de novela que a uno le gusta [o gustaría] leer." El autor se complace a sí mismo, y nos complace, pero sin facilotas complacencias. Porque la lectura de esta obra exige una atención específica. Es evidente que tras ella hay una investigación acuciosa en torno de algunos temas que en la vida cotidiana suelen pasarnos por encima, como el de las operaciones bursátiles o el funcionamiento del teléfono celular, para no hablar de la abstrusa maquinaria psíquica y emocional que mueve a los seres humanos. El placer de escribir una novela como esta es equivalente al placer que puede producir en un matemático la solución de una incógnita o la proposición de un teorema.
Me alegra muchísimo presentar ante ustedes a un nuevo escritor coahuilense. No muchas veces puede uno congratularse de estar sentado al lado de un artista que, por fortuna, está muy lejos de las capillitas literarias y los parnasitos egolátricos que infestan nuestro medio cultural y que siguen extraviados –y extraviando a los jóvenes- en estériles intrigas y en luchas absolutamente improductivas.
Agradezco profundamente la invitación de mi amigo Refugio Ruiz para actuar como uno de los presentadores de su libro. Agradezco también la participación de mis amigos: la actriz Lucía Sánchez; los estudiantes Karla Zulema Ortiz, Miguel Andrés Rivera Castro, Daniel Bustos y René Gil González y los trabajadores técnicos, Alan y Omar.
* Texto leído en la presentación de la novela en la ciudad de Saltillo, Coahuila. Marzo de 2010.
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