En la mayoría de los cursos de Historia se busca fragmentar la experiencia humana en temporalidades y espacialidades. Esto es práctico e inevitable para los procesos escolarizados pues nos permite profundizar en temas específicos y con ello amplificar el conocimiento sobre lo que se investiga. Sin embargo, no puede dividirse la historia como si ésta fuera un conjunto de líneas inconexas y menos aún como una sola línea que nos lleva a un destino común, sea este el fin de los tiempos o un futuro mejor.
La humanidad, como especie perteneciente al planeta Tierra, es parte de su ecosistema. Esta afirmación es importante pues posiciona el entredicho de que al ser un elemento más del ecosistema terrícola, sus creaciones, tanto materiales como ideológicas, son parte de ese mismo ecosistema y le afecta de manera directa. Las acciones de la humanidad repercuten en la sociedad y en lo que solemos llamar naturaleza (flora, fauna y fungí).
Por lo tanto, la historia de la sociedad humana no puede entenderse con la fragmentación del ecosistema que ha creado, lo que incluye a las instituciones sociales que rigen su vida y su forma de relacionarse con el resto de las especies. Este análisis no está exento de contradicciones, pues tampoco podemos simplemente borrar las particularidades del momento o del lugar donde los acontecimientos suceden, mucho menos podemos ignorar las pasiones que llevaron a las personas a ser parte de la historia, ya sea como grandes personajes o como ser anónimo en el vaivén de la existencia.
Ante esta disyuntiva, que ha conflictuado al oficio de historiar durante ya casi un siglo, es imposible desarrollar una metodología que nos ayude a solventar esta contradicción entre el sujeto y las estructuras que le rodean. Y debemos estar conformes con ello, pues no existe un solo camino hacia la verdad, menos si hablamos de una “verdad histórica”. Pero esto no es motivo para suspender la crítica.
Se hace cada vez más necesario desarrollar no metodologías a modo de carreteras, sino herramientas o armas de análisis que nos permitan superar esta falsa dicotomía entre sociedad y sujeto. Hasta donde mi visión alcanza, esto es posible si retomamos la propuesta de Walter Benjamín de ver la historia a contrapelo, es decir tratando de encontrar aquello que no se acomoda, lo que está fuera de lo normal o aquello que tiene una continuidad irrefutable. Para ello hay que cuestionarnos todo, empezando por cuestionarnos no solo la información que tenemos almacenada, sino las características ideológicas que nos llevan a aceptar esa información como verdadera.
Nuestro objetivo en este apartado es dar un recorrido histórico y filosófico sobre la validación del conocimiento, es decir, el descubrimiento de la verdad. Para ello tomaremos el modelo de análisis de Abdullah Öcalan quien divide el pensamiento de la humanidad en tres momentos o métodos distintos: el método mitológico, el método religioso o dogmático y finalmente el método científico.
Revisaremos autores y autoras tanto clásicas como contemporáneas para pretender comprender a la filosofía no como disciplina, sino como el conjunto de ideas o de métodos que utiliza la humanidad para llegar a la verdad. Pasando de Sócrates a Walter Benjamín, de Levi-Strauss a Silvia Federicci, podremos sentar las bases teóricas que nos permitirán revisar la historia mundial a contrapelo, es decir, en el sentido contrario de la idea de progreso y de civilización, tratando de hacer relaciones con nuestra realidad actual y nuestra forma de pensar.
La verdad
Cuando hablamos de método nos referimos a las vías, usos y formas razonables con las que nos podemos aproximar a un problema, ya sea para conocerlo o para resolverlo. Los métodos de los que hablaremos son aquellos que pretenden llegar a la verdad, la verdad del universo, de la vida, etc., los cuales han marcado el camino para el conocimiento humano.
El primer método en surgir de las profundidades de la historia es el método mitológico. Éste cuenta con un sinfín de limitaciones como metodología, pero su función era dotar de sentido al mundo que rodeaba a una humanidad que apenas se reconocía como tal. La mitología es metafísica, es decir, pretende explicar el principio de los tiempos y de la sociedad a través de la especulación.
Su naturaleza metafísica le ha valido el desprecio de nuestros contemporáneos pues el conocimiento que genera no es validable según el método científico. Sin embargo, el análisis de los mitos nos ha revelado que su contacto con la naturaleza y sus metáforas sociales son más certeras de lo que normalmente creemos.
Levi-Strauss, primero, y Öcalan, después, han revalorado en sus análisis el papel del mito para el estudio de la humanidad. Levi-Strauss utilizó la lingüística y la antropología para proponer un análisis de los mitos viéndolos como una estructura que contiene en sí mismo el pasado, el presente y el futuro de una comunidad. Pensemos en la Biblia, texto que compila el origen del mundo, del pueblo judío, el presente de quienes vivían en el imperio romano y su idea del fin de los tiempos. El antropólogo francés en particular estudia los mitos que guardan semejanzas a la historia de Edipo y Elektra para comprender la prohibición del incesto en las comunidades no occidentales, comprensión que considera es solo posible a través de la lingüística y partiendo de la idea de que el mito representa un universo objetivo y no solamente mágico.
Por su parte, Öcalan -politólogo y simbólico líder kurdo- ve en el mito una ventana para la reinterpretación del pasado. Retomando las enseñanzas de Walter Benjamín, para quien todo documento de civilización es a su vez una huella de barbarie, en su Manifiesto por una civilización democrática reinterpreta el pasado lejano de la Civilización y para ello retoma la mitología de los pueblos del Creciente Fértil, su historia oral y los nuevos hallazgos arqueológicos.
Reinterpretando, por ejemplo, el origen del código Hammurabi o la historia de la reina Zenobia, Öcalan es capaz de encontrar en ellos tanto los orígenes de una Civilización que es patriarcal y violenta, como un pasado prácticamente desconocido que nos plantea un modo de vida muy diferente al nuestro. Además, nuestro autor observa en la mitología una concepción de la naturaleza muy distinta a la nuestra.
En los mitos podemos encontrar que la naturaleza está viva e interactúa con la humanidad. Esto representa una diferencia abismal con los métodos que le siguen a la Civilización, pues con el ascenso de las instituciones civilizadas el método mitológico va perdiendo influencia. No es que desaparezca de la faz de la tierra, sino que la Civilización pretende ser totalizadora pero toda aspiración de este tipo solo puede ser impuesta desde la violencia, de ahí el desarrollo de la guerra.
Por ahora no entraremos en detalle sobre las características de la Civilización, sólo mencionaremos que para que ésta sea posible se necesita de la alianza entre el poder económico, el poder físico y el control sobre el pensamiento. El primero da como origen al mercado, el segundo al Estado y el tercero a las religiones (monoteístas o no) en la que los sacerdotes son los que construyen ya no solo un método sino un Régimen de la Verdad que valida o invalida el conocimiento.
El método religioso es necesariamente elitista pues solamente aquellos que son nombrados sacerdotes son capaces de transmitir la verdad, que al mismo tiempo es la palabra de tal o cual dios lo que la hace irrefutable, dogmática. No es casualidad que, a partir del nacimiento de las religiones como instituciones que regulan la vida social, sea posible, justificable y productivo el tener esclavos.
Una diferencia crucial entre los métodos mítico y religioso es que, para el segundo, la naturaleza ya no es la fuente de la vida. Ahora existen dioses que lo crearon todo, que lo otorgaron y que son capaces de quitarlo. La naturaleza pasa a ser algo creado por la fuerza divina, que por lo tanto no tiene un papel determinante en la vida humana más que un regalo para su provecho. Pero entonces la vida humana es en sí una creación divina y por lo tanto puede ser utilizada para el provecho, justificando de esta manera el surgimiento del esclavismo.
La división marxista de la historia entiende a la época de los antiguos imperios y a su economía como modo de producción esclavista, es decir, se crea la fuerza de trabajo necesaria para mantener a las élites del momento y esa fuerza de trabajo son las y los esclavos. Según las interpretaciones de Öcalan es gracias a los sumos sacerdotes que es posible hablar de personas inferiores a otras o personas que no merecen ser escuchadas. Podemos nombrar dos ejemplos para aclarar el punto.
El primero sería nada más y nada menos que el propio inicio de lo que conocemos como filosofía occidental, o más acertadamente, grecolatina; me refiero a Sócrates y su muerte. Si asumimos que los relatos de Platón sobre su maestro son verídicos entonces sabremos que es el gobierno ateniense el que ordena al padre de la filosofía el tomar la cicuta y con ello suicidarse, si es que a eso le podemos llamar suicidio. Pero quienes tomaron esta decisión no fueron los representantes de la ciudad-Estado, sino sus sumos sacerdotes que consideraban al filósofo una amenaza para la juventud y los valores de su tiempo.
La mayéutica de Sócrates ponía en jaque las explicaciones simplistas y dogmáticas de los sumos sacerdotes, con ella podía cuestionar cualquier aspecto del ser y de la sociedad; el cuestionamiento a las formas existentes le valió la muerte al filósofo. Las instituciones religiosas son parte esencial de las estructuras de poder y su influencia sólo fue creciendo hasta el grado de adquirir las facultades de perseguir, castigar y dominar a quienes se salían de su régimen de la verdad.
Para dejarlo más en claro podemos acercarnos a la historia de la Inquisición. Ésta institución tiene diferentes tiempos y formas, desde la española que era católica hasta la inglesa que era protestante, pero su función es la misma: la represión del conocimiento. En España, por extensión en América Latina, la Inquisición fue la encargada de expulsar a los judíos, de intentar borrar el conocimiento musulmán de la península y de cristianizar a los pueblos originarios de nuestro continente.
En el caso de Inglaterra, por extensión en EUA, la inquisición fue la encargada de borrar a los pueblos celtas, las herencias nórdicas y de aislar a los pueblos originarios. Pero las principales afectadas en dicho proceso fueron las mujeres quienes poseían el conocimiento de la naturaleza heredado de los tiempos antiguos, mejor conocidas como brujas. Este proceso ha sido identificado por Silvia Federecci como el punto clave de transición entre el feudalismo y el capitalismo tanto en aspectos económicos como en lo ideológico.
Aunque las instituciones religiosas fueron las encargadas de realizar las atrocidades, encontraron su justificación no solamente en los preceptos religiosos, sino que -gracias a los grandes filósofos de la época como Descartes, Pascal y Leibniz- encontraban lógica en la quema de brujas y al mismo tiempo desarrollaban una nueva visión del cuerpo humano. La filosofía racionalista contribuyó a construir una visión mecanicista del cuerpo humano, es decir, se comenzó a pensar al cuerpo como máquina, una máquina apta para trabajar desde que el sol sale hasta que desaparece y sin la necesidad de un sol que ilumine. Es aquí cuando llegamos al tercer método para llegar a la verdad.
La ciencia
De una visión de la naturaleza como ser vivo, pasando por el estatus de regalo divino, finalmente la consideramos objeto. El método científico vino, diría Öcalan, a desnudar a los dioses, comienza lo que conocemos como modo de producción capitalista que toma a la ciencia como su religión, ambos comparten una misma misión: convertirse en sistemas absolutos y totalizadores, desprestigiando, persiguiendo y exterminando todo tipo de conocimiento que no entre en sus parámetros.
Esta transición tiene sus orígenes en los procesos inquisitoriales y es de la justificación de éstos de donde salen sus principios filosóficos. El método científico separa al objeto que se está observando de la persona que lo observa, a este proceso le llamamos objetividad, es decir, el único camino para llegar a la verdad es el estudiar algo fuera de nuestros intereses ya que nuestros sentimientos, es decir, lo subjetivo, contaminan el resultado. Por lo tanto, para comprender a la naturaleza, la ciencia necesita verla como objeto y la economía, o la clase social que la controla, se encarga de sacar el mayor provecho de esto tanto en la extracción de recursos naturales como en la explotación laboral, pues el cuerpo es parte de la naturaleza y por lo tanto es explotable.
La consolidación de este pensamiento es paralelo a la clase social del que surge. La burguesía, heredera de los grandes comerciantes europeos de la edad media, alcanzó el nivel de estatus y poder necesario para influir en la política y así aprobar leyes para su provecho como el cercado de los bosques comunes, fuentes de subsistencia de miles de campesinos que se ven obligados a marchar a las ciudades –diseñadas por la propia burguesía- para sobrevivir trabajando 12 horas en las fábricas o en las minas, infancias y mujeres incluidas. La denuncia y análisis de este proceso que llamamos acumulación originaria es la razón por la cual se le da tanto crédito a Karl Marx en las ciencias sociales.
Finalmente, la élite fue capaz de “derrotar” el poder de los reyes y la influencia de las religiones en los asuntos sociales y económicos. Desaparecen las restricciones para las nuevas instituciones científicas y los bancos, con lo que la burguesía se asegura de influir en la vida cotidiana de las personas. Podemos darnos cuenta de que lo lograron, pero ¿A qué costo?
Nos encontramos hoy en el punto culminante de las consecuencias de este sistema y de este pensamiento que simplificamos en la palabra Progreso. La idea del Progreso es nativa del método científico, pues los métodos anteriores mantenían una visión, por así decirlo, continuo o cíclica de la vida en el planeta: hay una creación, el nacimiento de la humanidad, su paso por el mundo, el fin de su existencia y una nueva vida, ya fuera en este plano astral o en otro.
La idea de Progreso plantea un inicio y ha desarrollado mejor que cualquier método el estudio del paso de la humanidad por la Tierra, pero no plantea un final -esta es la idea central de la ciencia, el futuro de la humanidad es infinito. Al menos hasta nuestros tiempos, donde la ciencia es capaz de pronosticar la extinción de la humanidad, pero es incapaz de dar una solución real al evento masivo de extinción en el que estamos viviendo. Pero no es porque no sepa cómo dar revés, es que su papel de religión del capitalismo no se lo permite.
Podemos observar miles de inventos que pretenden dar solución al cambio climático, pero éstas se venden en el mercado cotidiano, al menos no a un precio lo suficientemente accesible para que la mayoría de la población acceda a ella y se pueda dar un verdadero giro en nuestras prácticas. La nueva ciencia, la ciencia verde y los discursos de la justicia ambiental no hacen más que mantener el espectáculo del progreso “sustentable” para mantener el negocio andando. El consumo nos seguirá rigiendo por un buen tiempo más.
Curiosamente, las “ciencias” que podrían escapar de estos paradigmas se han empeñado en reproducirlos. Las ciencias sociales o humanas que hoy conocemos tienen poco más de 100 años de existencia, la filosofía y la disciplina histórica son quizá las excepciones en cuanto a antigüedad, pero se han sumado al cientificismo y lo han justificado desde sus principios como lo demuestran los filósofos racionalistas.
La Historia
La disciplina de la historia y la filosofía son las más antiguas de todas las ciencias humanas o sociales. Consideramos a Heródoto y sus nueve libros sobre las Guerras Médicas como el inicio de esta disciplina, principalmente por su detallada descripción del mundo antiguo y su escritura en prosa. Desde entonces y hasta el día de hoy la máxima de los historiadores ha sido “describir los hechos tal cual fueron”.
Por supuesto que esto no fue siempre posible, pero se pretendía que así fuera. Es en el siglo XIX cuando esta máxima toma mayor fuerza cuando la historiografía, es decir, la escritura de la historia se separa de la filosofía de manera definitiva y pretende convertirse en una ciencia al mismo nivel que la biología o la física que igualmente se estaban desarrollando en este siglo. Langlois y Seignobos fueron los encargados de llevar la ciencia y el positivismo a la historiografía, siguiendo las enseñanzas de Comte, diseñaron un manual sobre cómo abordar las fuentes históricas para lograr llegar a la verdad emulando el método científico y adoptan el concepto de la positivista de la historia lineal.
El positivismo de Comte es quizá la expresión más detallada del pensamiento capitalista, para él la humanidad había pasado ya por varias etapas que pudo superar sin problemas para llegar al estado actual de la realidad social, es decir, la sociedad se desarrolla de manera progresiva y lineal, todo está dado para que la humanidad mejore su existencia al infinito. Pero como mencionamos anteriormente, el planeta es finito y por lo tanto lo es también la humanidad.
Aunque otras corrientes de pensamiento, como el marxismo, pretenden ser contrarias al positivismo y a su idea de progreso, al final, reproducen la misma idea. Marx desarrolla una interpretación de la historia que es dialéctica, es decir, concibe al encuentro entre dos fuerzas opuestas (tesis-antitesis) como la creadora de una nueva realidad (síntesis), en su caso en particular esas fuerzas son las clases sociales, por lo que para Marx el motor de la historia es la lucha de clases y no solamente el destino o el gran intelecto de los grandes hombres como suponían los positivistas e historicistas.
Pero al final, esta interpretación lo lleva a un entendimiento igual de lineal que el del positivismo, pues para Marx indiscutiblemente hay una transición directa entre los diversos modos de producción que a su vez coincide con las divisiones de la historia universal de los positivistas. Esta coincidencia de dos tendencias que en apariencia son contrarias se debe a que su manera de llegar a la verdad es el mismo: el método científico. Las tendencias que les seguirán en el desarrollo de las ciencias humanas reprodujeron el mismo error y algunas incluso tratarán de dar soluciones matemáticas a los problemas sociales.
Quien viene a criticar esto es Walter Benjamín con su texto Tesis sobre la historia, específicamente en su tesis XI donde deja en claro su postura:
Hay un cuadro de Klee que se titula Angelus Novus. Se ve en él un ángel, al parecer en el momento de alejarse de algo sobre lo cual clava la mirada. Tiene los ojos desorbitados, la boca abierta y las alas tendidas. El ángel de la historia debe tener ese aspecto. Su rostro está vuelto hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que arroja a sus pies ruina sobre ruina, amontonándolas sin cesar. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destruido. Pero un huracán sopla desde el paraíso y se arremolina en sus alas, y es tan fuerte que el ángel ya no puede plegarlas. Este huracán lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta el cielo. Este huracán es lo que nosotros llamamos progreso.
Aquí Benjamín crítica toda pretensión de entender la historia como un simple conjunto de acontecimientos, rechaza la idea del Progreso como algo intrínsecamente positivo y deja claro a lo largo de todo su texto que ese proceso viene acompañado de destrucción y muerte. Por si fuera poco, Benjamín crítica en sí mismo la tradicional escritura “científica” de la historia para dar paso a la metáfora y podríamos decir que a la poética para poder crear un relato impactante y certero.
Hoy planteamos, que la verdad científica no es absoluta y que otras formas de llegar al conocimiento son posibles. Para que estos otros conocimientos lleguen a una materialización colectiva debemos comprender a contrapelo las estructuras que queremos destruir y en ese ejercicio encontraremos también las diversas maneras de resistir, las derrotas y las victorias, que representan estrellas en nuestro mapa de navegación hacía la liberación.
Bibliografía:
Öcalan, A. (2017a) Manifiesto por una Sociedad Democrática (vol. I). Fondo Editorial Ambrosía, Venezuela.
Benjamin, W. (s.a) Tesis sobre la historia y otros fragmentos. Edición y traducción por Bolivar Echeverría.
Braudel, F. (1970) La historia y las ciencias sociales. Alianza Editorial. España. Wallerstein, I (s.a)
Análisis de sistemas-mundo, una introducción. Siglo Veintiuno Ediciones.
Videos:
Este texto se publicó simultáneamente en Revista Antihistoria y Revista Sector Nostalgia.