Escrita por Refugio Ruiz Díaz, Otro tipo de cambio (editorial Font, Monterrey, México, 2009) se inscribe en el género de la novela de detectives, en este caso ubicada en el noreste mexicano, específicamente en Monterrey. Esteban, protagonista de Otro tipo de cambio, se convierte en detective privado para aclarar la muerte de Adrián, novio de una ex novia de Esteban. La novela no llega a ser negra porque carece de un lenguaje violento que corresponde a un protagonista duro; Esteban es duro, o mejor dicho cree serlo, pero en realidad carece de la brutalidad y del escepticismo del clásico detective de la novela negra, el cual ha construido un código ético propio que se aparta de las éticas convencionales.
Sin embargo, Otro tipo de cambio tiene algo de la llamada novela de detectives o policíaca "seudocriminal": Esteban sufre lo que podría llamarse un malestar intelectual ante la injusticia que priva en la sociedad, donde la corrupción, la avaricia sin límites y la impunidad de los criminales, se ha convertido en parte del status quo. Este malestar que Esteban expresa parece tener su porqué en el sentimiento de superioridad ética que establece el protagonista. Asimismo, dicho malestar parece ser la explicación a la pregunta obvia de por qué el dueño de una pequeña empresa, que presume de observador, va a embarcarse en una aventura detectivesca donde nada tiene que ganar o, mejor dicho, donde no puede ganar y tiene todo que perder.
Esteban recorre, solitario y prácticamente sin dinero, la ciudad de Monterrey tras el asesino de Adrián, pero lejos de buscar desentrañar los (inexistentes) motivos psicológicos del criminal o desmontar el modus operandi del criminal, se dedica con ahínco a enjuiciar moralmente la corrupción social. El veredicto que abruma al lector-jurado es que el asesinato de Adrián es consecuencia de la corrupción de un sistema político que ha permeado al conjunto de la sociedad. Empresarios, abogados, periodistas, y sobre todo las policías y los encargados de impartir justicia, son parte del juego de la corrupción y ninguno de éstos se salvará de ser denunciado. Se salvan sólo unos cuantos "empresarios independientes" que comparten con Esteban el desprecio a la especulación financiera que imponen los nuevos empresarios regiomontanos.
En gran medida, Esteban expresa cierta nostalgia por el viejo empresario regiomontano vinculado estrechamente al proceso productivo, cuyo lema fue trabajo y ahorro, y por el Monterrey anterior a la globalización y a la tecnocracia en el poder. El crimen corrobora la visión sombría de la sociedad que atosiga a Esteban; visión que exige la denuncia de la decadencia del sistema político surgido de la llamada transición política iniciada con el arribo de un panista a la presidencia de la república en el año 2000. El otro tipo de cambio es el lavado de dinero que los socios de la Casa de Bolsa realizan impunemente a favor de los poderosos
El asesino de Adrián es un simple y prescindible esbirro de un personaje que ocupa un lugar relevante en los círculos del poder político y, por ende, goza de la protección de cómplices que ocupan puestos claves en el sistema de impartición de justicia. Adrián, la víctima ingenua, es un simple empleado de una Bolsa de Cambio que acepta extraer información sobre transacciones de lavado de dinero para una agencia federal norteamericana y es descubierto y asesinado por uno de los corruptos agentes locales.
A mitad de la novela ya sabemos que el afán de justicia de Esteban, no quedará realmente satisfecho con el acto de entregar a la "justicia" al criminal. Los que podrían considerarse autores intelectuales y responsables del asesinato de Adrián, se encuentran en un nivel social y político inalcanzable para el solitario investigador, el cual no tiene ni los recursos económicos, ni los padrinos protectores que le ayuden a fregar a los intocables. Pero no se trata solamente de la falta de ética de los mexicanos: la agencia federal norteamericana, que compromete sin ninguna clase de escrúpulo al ingenuo Adrián en una peligrosa operación encubierta, sacará finalmente provecho político de las cuentas que prueban que un político presidenciable lava dinero a manos llenas. Los norteamericanos guardarán las pruebas del delito (entregadas por Esteban a la agencia norteamericana) para chantajear en el futuro a un posible presidente de México.
En Otro tipo de cambio importa la denuncia del sistema político y de sus estragos. Esteban contempla la ciudad desde la perspectiva de un regio, aunque nacido en Piedras Negras, chapado a la antigua. Las monumentales obras públicas que llenan de orgullo a los políticos y de deudas a las finanzas públicas, son juzgadas severamente por el solitario investigador: el puente atirantado es una "copia vil" y la Macroplaza resulta una "patética copia". La Avenida Madero, "pensada y construida con grandeza" por el General Bernardo Reyes, ha sido convertida, a los ojos de Esteban, en una "vía mezquina y apretada". El tren elevado (Metro) provoca una fuerte indignación, pues es el colmo que "una ciudad de la potencia económica de Monterrey tenga que conformarse con obras ramplonas que no sólo quedan obsoletas al terminarse, sino que son insuficientes e inadecuadas desde el momento de su planeación, como ese mezquino tren elevado que ya en otros barrios había sembrado la ruina por donde pasaba".
Los jóvenes no saldrán bien librados ante los ojos de Esteban, psicólogo social en ciernes: las "jovencitas de pelo violeta y labios de colores nunca vistos en humanos vivos" y "los muchachos de pantalón deshilachado y tenis" que pululan en los centros comerciales, aparecen como "desertores del ejército del trabajo y ahorro"; según el observador "parecían rechazar la continua emulación, el ánimo pugnaz que levantó esa urbe junto al Ojo de agua de Santa Lucía". Esteban notará la diferencia que hay entre estos jóvenes y los regios "retirados que habían hecho cola en sus empleos por cuarenta años para ganarse el derecho de ir ahí en las tardes a tomar café".
El único apoyo que encontrará Esteban en su regia cruzada por hacer valer la justicia y sobrevivir a la persecución de que es objeto, tanto por los matones locales, y por los agentes norteamericanos dotados de alta tecnología, proviene de dos singulares personajes: Raúl, viejo amigo de Esteban, cuyo pasado incluye peligrosas aventuras insurgentes en El Salvador, y que ahora, alrededor de veinte años después, se dedica a su pequeña empresa y se reúne de vez en cuando con algunos de los amigos de entonces, en una cantina; y Don Arturo, viejo militante de izquierda, vendedor de libros.
El lector encontrará en Otro tipo de cambio, una descripción (plagada de lugares comunes) de un Monterrey que va perdiendo su identidad regia. Otro motivo de interés para el lector, es la aparición, como personajes de ficción, de aquellos que tomaron las armas contra el gobierno a finales de los sesenta e inicios de la década de los setenta. Otro tipo de cambio no tiene los méritos de un buen best sellers y le falta mucho para alcanzar la calidad literaria de la buena novela negra o seudocriminal, pero esperamos que Refugio Ruiz Díaz continúe activo en el género de la novela de detectives.
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